Perversidad común
Por: Sandra López A. GAMMA
Fecha: 4 de octubre, 2005
Alemania, Nicaragua, Sudáfrica, España, Chile, Rusia, Estados Unidos, el Ecuador… todos con un problema común, antiguo, devastador; solapado y cubierto por una serie de mitos y de creencias absurdas que sustentan un sistema de dominación y autoritarismo en donde, evidentemente, el sexo femenino se ha llevado la peor parte: la violencia sexual.
Las cifras lo dicen todo: en Colombia, cerca del 80% de los casos de violación, incesto y abuso sexual se dan contra las niñas, en Italia, el porcentaje llega a 90%. En Rosario, Argentina, el 92% de los abusos sexuales contra la niñez son realizados por personas conocidas de las víctimas (padres, padrastros, tíos, abuelos, primos…); esto implica que el abuso sexual se da en una relación de absoluta dominación, se utiliza un nivel de jerarquía para intimidar a la víctima y exigir de ella su complicidad y silencio; en muchos casos, una vez que el abuso sexual se convierte en práctica recurrente (casi siempre), el violentador convence a la niña de que ella también tiene culpa o que si habla, nadie le creerá.
La violencia sexual, es mucho más frecuente de lo que las mayoría de las personas creemos, es mucho más frecuente de lo que los medios de comunicación difunden y, es mucho más frecuente de lo que las estadísticas y los registros oficiales establecen (por cada caso denunciado ¿cuántos se callan?); sin embargo, la agresión sexual en contra de las niñas, no es un hecho aislado, es una patología social que se fortalece en las prácticas sociales repetitivas, en la institucionalización de un sistema machista que se basa en la dominación de los hombres sobre las mujeres y, en nuestro tiempo y con mucha fuerza, se fortalece por los mensajes que transmiten los medios de comunicación con pautas de comportamiento poco inocentes y que por su reiteración se convierten en motores de la comisión de delitos sociales de este tipo (telenovelas, talk shows, publicidades, etc).
Lamentablemente, esta patología social, es justificada, disimulada y consignada al silencio. La denuncia de casos es todavía poco frecuente y las razones se encuentran en las falsas creencias y argucias que utiliza el sistema para ocultar sus vicios y aberraciones. “A las niñas les gusta”, “ellas y ellos también disfrutan”, “si alguien le va a violar, cuando tenga 12 años, mejor que sea alguien cercano”, son algunas de las frases recabadas en procesos de terapia con grupos de hombres que confiesan haber cometido actos de violencia sexual en contra de niñas o niños de su familia.
La violencia sexual incluye a toda una serie de actos que engloban desde conductas aparentemente “insignificantes” (manoseo), hasta diversas prácticas sexuales, impuestas y no consentidas incluyan o no la relación coital y una amplia gama de actos humillantes y dañinos. En manos de todas y todos está evitar que se siga cometiendo este delito, el primer paso es romper el silencio.