MAS QUE UN TABU

MAS QUE UN TABU

Por: Nidya Pesántez C. (GAMMA)
Fecha: 11 de octubre,2005

Hablar de sexualidad con niñas, niños y adolescentes es el trauma de madres, padres y personal educativo. ¿Por qué es tan difícil tocar el tema?

Cierto es que los tabúes sociales se han impuesto y nos han enseñado a cerrar los sentidos frente a nuestra sexualidad y nos han forzado al silencio con niñas, niños y adolescentes, pero ¿por qué ese silencio y ese temor tan profundos frente al sexo, a la sexualidad y finalmente, a la vida? Al parecer una de las razones se encuentra en el dolor provocado por una patología social que incluye alrededor del 70% de habitantes de América Latina: ocho de cada 10 niñas y seis de cada 10 niños han sufrido abuso sexual en nuestro continente. Así, hablar de la sexualidad en la mayoría de los casos es traumático porque traumáticas fueron las formas de acercamiento a ella. ¿Quién quiere hablar del dolor? Preferimos que la vida continúe, ponemos en manos del cielo la seguridad sexual de quienes más amamos y sellamos nuestros labios y abonamos el árbol del tabú haciéndolo cada vez más frondoso, para que cobije a cada vez más casos de abuso y violencia sexual.

El abuso y la violencia sexual se alimentan con el silencio y los dos juntos destruyen la vida: cuando una niña, niño o adolescente enfrenta un evento de agresión sexual, hay una fuerte descarga de adrenalina que nos empuja a correr, a gritar o a defendernos; pero cuando esta descarga no es utilizada, es decir, cuando no hay una de estas reacciones debido al poder que ejerce el agresor sobre la persona agredida (amenaza, chantaje, fuerza física, relación previa de respeto o de afecto) se provoca, por un lado, la pérdida de uno de los elementos catalizadores del proceso de aprendizaje: la tiamina, de esta manera, un niño, niña o adolescente agredido sexualmente tendrá mayores dificultades para aprender y si el abuso es sistemático el proceso será imposible; y por otro lado, la adrenalina que circula por el cuerpo al mezclarse con la serotonina que es producida en cierto momento de la agresión, generan una sensación de pánico y placer que hace que la niña, niño o adolescente se sienta culpable y pierda el límite entre abuso y relación. Cada vez que se obliga a una persona por más que al final se logre el consentimiento ya existe agresión y por tanto trauma.

El abuso sexual provoca en el cerebro los mismos efectos que un balazo: en el lóbulo frontal se van rompiendo las conexiones entre las neuronas, va desapareciendo la sinapsis y se genera una descompensación química que altera la conducta de la persona, provocando en casos de abuso sistemático, cuadros de doble personalidad.

Hablar de sexualidad no es peligroso, peligroso es el silencio cómplice que permite que esto siga sucediendo. Peligroso es tapar la realidad y limitar el conocimiento de niñas, niños y adolescentes limitándoles así la posibilidad de huir, de defenderse o de hablar sobre lo sucedido para recibir apoyo.

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