Esta tendencia generalizada de suponer que las mujeres son económicamente inactivas, es el resultado de una construcción cultural producto de la división sexual del trabajo, en donde, a las mujeres se les otorgó la responsabilidad del trabajo doméstico y a los hombres la actividad pública, pero además, a esta repartición de tareas se le adjudicó desigual valoración, efectivamente, hasta hoy las tareas realizadas dentro de casa carecen de valor económico y de valor social.
A pesar de que el trabajo doméstico no es valorado, cuando éste no se realiza, su ausencia genera caos, violencia, recriminación, condena ¿contra quién?, contra las mujeres. Aún cuando asistimos a la flexibilización de la división sexual del trabajo, socialmente se asume como natural que las mujeres realicen las tareas domésticas, sin que se considere su inserción en el mercado laboral; esta realidad mantiene alrededor del 93% de las ecuatorianas con un sobre trabajo: fuera de casa a cambio de un salario y dentro de casa, mil setecientos millones de horas al año, para cumplir con su rol ancestral.
A esta falta de valoración económica y social, debemos agregar los nuevos factores que profundizan la situación de vulnerabilidad e indefensión económica de las mujeres que trabajan gratuitamente todo el año en sus casas: por un lado tenemos el ajuste estructural que ha implicado recorte de servicios públicos y, por otro lado, se perfila la firma del TLC que implicará privatizaciones y mayores costes; esto impacta en la carga de las actividades a realizarse dentro de casa por el traslado de más responsabilidades al ámbito doméstico.
Empero, lejos de este imaginario social en donde el trabajo doméstico carece de valor, en realidad es una de las principales contribuciones a la economía de nuestro planeta puesto que, de este trabajo depende la alimentación, la educación, la salud, la higiene, el cuidado y bienestar del ser humano. El trabajo doméstico involucra la supervivencia de los seres humanos, es por tanto una labor de la que no escapamos, o no deberíamos escapar las personas por la importancia vital que representa. Así, a pesar del predominio de un pensamiento patriarcal que endosa a las mujeres la tarea doméstica, ésta no es un asunto de género.
Valorar el trabajo doméstico pasa por la ampliación de cobertura y por la consecución de calidad de los servicios públicos: seguridad social, educación, salud y cuidado infantil; atraviesa la redistribución de las responsabilidades domésticas en la familia y en la sociedad, rompiendo con el estereotipo de que éstas son femeninas; cruza la valoración económica que para ser real deberá ser registrada e integrada en las Cuentas Nacionales, acción que además, respondería al mandato constitucional (Art. 36) que reconoce la labor productiva del trabajo doméstico no remunerado