De un plato de comida
Por: Sandra López. Gamma
Fecha: 2 de agosto, 2005
La sopa está demasiado espesa, la carne muy dura, la ensalada es comida de conejos, el arroz parece engrudo y el jugo de papaya no me gusta, no hay comida como la que prepara mi mamá. Después de dos horas de dedicado y especializado trabajo es desgastante, por decir lo menos, escuchar estos comentarios.
Si nos colocamos en la otra orilla, y no es la esposa o la madre quien cocina sino el padre o compañero, la situación es diferente: qué buena sopa, un poco salada, pero rica, el arroz un poco soposo pero así es mejor para mezclar con el jugo de carne, y la ensalada, qué linda presentación, así da ganas de comer. En la primera orilla, encontramos a quien tiene la obligación de cocinar, le guste o no, y en la otra orilla, a quien, por darse un gusto, preparar una receta especial o demostrar nuevas habilidades, interviene de vez en cuando en esta tarea, que por supuesto por esporádica y aventurera, suena divertida.
La actividad de cocinar es uno de los quehaceres básicos para garantizar la satisfacción de la necesidad de subsistencia, sin embargo, en nuestro medio, esta necesidad no es cubierta plenamente en la mayoría de la población por la cantidad y la calidad de alimentos que se ingieren. A más de la situación de inequidad y pobreza que caracterizan a nuestro país, hemos convertido a la preparación de alimentos en un trabajo desvalorizado y por tanto no le hemos prestado la debida atención.
Uno de los mayores causantes del estrés y del desgaste emocional es no disfrutar de lo que hacemos. Sucede igual con la cocina, es más, está comprobado que la comida es más rica mientras mejor es el estado de ánimo de quien la prepara; preparar con amor, dicen. La realidad es bastante diferente de lo que nos pinta la televisión, la mamá, quien sufre de violencia doméstica, quien en muchos hogares tiene la responsabilidad económica, quien tiene sobre sus hombros el acompañamiento a los hijos y a las hijas en la educación (uniformes, deberes, reuniones), esta mamá es quien cocina, sirve, levanta, lava y seca la vajilla y enseres utilizados en la cocina. La mamá es la que se sienta al final, cuando ya toda la familia terminó, o a veces ni eso, porque tiene que salir apurada al trabajo. Muchas veces las mujeres se alimentan mientras preparan la comida, o mientras sirven y levantan platos, muchas veces de pie y sin tomarse el tiempo para compartir con la familia. Y si no es la mamá quien cocina, la mujer que trabaja para la familia, sufre el mismo proceso.
En este contexto, ¿cómo podemos pedir a quien tiene, en la mayoría de hogares, la responsabilidad de las tareas domésticas, sumada a la responsabilidad laboral fuera de la casa, que ponga buen ánimo para preparar la comida? ¿Con qué cara podemos quejarnos de la comida, agredir con bromas pesadas o no dar las gracias por esta comida? ¿Qué diremos hoy en la mesa?