DERECHOS HUMANOS, VIOLENCIA DE GENERO
Y COMUNICACIÓN
Por: Nidya Pesántez Calle – GAMMA
“La igualdad ante la ley. Todas las personas serán consideradas iguales y gozarán de los mismos derechos, libertades y oportunidades, sin discriminación en razón de nacimiento, edad, sexo, etnia, color, origen social, idioma; religión, filiación política, posición económica, orientación sexual; estado de salud, discapacidad o diferencia de cualquier índole”.
Así versa el tercer punto del capítulo dos (de los derechos civiles) bajo el Título III de nuestra flamante Constitución.
Ante la ley todas las personas somos consideradas iguales, ¿iguales a quién? Iguales a usted, iguales a mi… No, definitivamente eso no quiere decir la ley, como tampoco es eso lo que buscamos las mujeres, las mujeres no queremos ser iguales a los hombres. Lo que sí dice claramente la ley y lo que sí queremos las mujeres es que sin importar nuestras diferencias todas las personas tengamos los mismos deberes, los mismos derechos y las mismas oportunidades.
Lastimosamente tanto la declaración constitucional como la búsqueda de las mujeres parecen formar parte de un plan social que no encaja con nuestra realidad ni con nuestro futuro. El problema no es sólo cuestión del no cumplimiento de las leyes, el real problema es nuestra propia actitud ante quien no es igual a nosotras o nosotros; no aceptamos la diferencia, no soportamos la diferencia y lo que es por despreciamos la diferencia; de esta manera conformamos una sociedad intolerante, en donde los derechos humanos son mero discurso y la Constitución otro sueño plasmado en un papel de fantasía (como parece haber sido costumbre por aquí).
En nuestra sociedad la diferencia tiene valoración, así, la raza blanca es más valorada que la mestiza, la mestiza es más valorada que la india; las personas que viven en la ciudad son más valoradas que las que viven en el campo; quienes tienen dinero tienen más valor que quienes no lo tienen; y dentro de todos estos grupos el hombre es más valorado que la mujer. De esta manera, la mujer es doble o tríplemente discriminada: por ser mujer y por su situación económica y posición social.
Haciendo esta lectura es lógico deducir que en nuestro país una persona de raza blanca, hombre, que vive en la ciudad y que tiene dinero tiene valoración social y por tanto todas las oportunidades, y que una mujer indígena campesina sin dinero no es valorada socialmente y por tanto no las tendrá. Pregunto ¿en dónde queda la ley si las personas que debemos trabajar desde todos nuestros espacios para que se cumpla esta ley tenemos estas taras de desprecio y de intolerancia?
Nos hemos auto nombrado superiores a alguien e inferiores a otro, es por esto que cuando tenemos la oportunidad de demostrar nuestro poder queremos que las personas lo sientan, queremos sepan quien manda. Esto pasa en las altas esferas públicas, en las empresas privadas, en la calle, en la plaza en el mercado y por su-puesto en nuestra casa.
Todo eso no es sino consecuencia de una sociedad que se ha construido sobre valores equivocados, no se trata de la maldad o bondad que tengamos las per-sonas en nuestro corazón, sino de cuánto hayamos asimilado e interiorizado el patrón social de comportamiento frente a la diferencia.
Hombres y mujeres un paradójico encuentro
En este tortuoso camino de interrelaciones sociales estamos insertos hombres y mujeres cumpliendo el mandato social así nos hiera. A hombres y mujeres la sociedad nos dio un papel definido que debemos cumplir, también nos dotó de cualidades diferenciadas a las que debemos responder, y nos estableció lugares específicos en los que nos debemos desarrollar. El problema inicia en esta se-paración tajante entre hombres y mujeres pero se agrava con la valoración social que se le da.
Así, los roles, atributos y espacios de los hombres son más valorados que los roles, atributos y espacios de las mujeres. Veamos algunos ejemplos: el papel del hombre es mantener económicamente el hogar y el de la mujer es mantenerlo limpio. ¿Qué es más valorado socialmente, conseguir dinero o mantener limpio el espacio en el que vivimos?… Bueno, indiscutiblemente conseguir dinero, o ¿alguien desea que su hija se quede en la casa lavando, planchando y fregando?
Veamos otro ejemplo, en el caso de los atributos que nos dio la sociedad, los hombres deben ser duros, rudos objetivos y las mujeres sensibles, delicadas y subjetivas. ¿Qué es más valorado en nuestra sociedad, ser duro o ser sensible; ser rudo o ser delicada, ser subjetiva o ser objetivo?…
Y, ¿qué es más valorado desempeñarse en la calle, en las empresas, en las jefaturas, o entre las cuatro paredes de una casa?
El paradigma de nuestra sociedad es masculino por tanto las mujeres somos consideradas complemento, en el mejor de los casos, e inferiores; las consecuencias de este inocente discurso de superioridad son más graves de lo que todas y todos nos imaginamos, y una de las más terribles es la violencia.
Que el hombre sea el paradigma de lo humano no es producto de una mera casualidad ni de la naturaleza, es producto de toda una construcción social que a lo largo de la historia ha ido poniendo uno a uno los ladrillos para levantar la muralla que encierra a las mujeres dentro de un limitado, y por qué no decirlo, cruel entorno.
La mayoría de personas piensa que esta situación es natural y que esto de la construcción social y cultural es mero discurso. Sin embargo es muy fácil demostrar que esta mayoría se ha equivocado. Retomemos los ejemplos anteriores y veamos cuánto de natural tiene la situación de hombres y mujeres: ¿una mujer puede mantener económicamente un hogar?… ¿un hombre puede mantener limpia la casa?… ¿una mujer puede ser objetiva, dura y ruda?… ¿un hombre puede ser subjetivo, delicado y sensible?… ¿una mujer puede desempeñarse en la calle, en las empresas o en las jefaturas?… ¿un hombre puede desempeñarse entre las cuatro paredes de una casa?… ¿Podemos o no podemos las mujeres y los hombres cambiar los papeles que nos han dado, asumir cualidades que nos han negado o movernos en los espacios que nos han prohibido?. Claro que podemos, ¿o tenemos algún problema físico/biológico que nos lo impida?.
En este sistema patriarcal las mujeres hemos perdido mucho en el desarrollo de nuestras capacidades y destrezas para enfrentarnos al mundo que está fuera de nuestra casa: el analfabetismo es mayor entre las mujeres, la participación política es menor entre las mujeres; el acceso a las jefaturas y gerencias es menor entre las mujeres; la profesionalización en carreras técnicas es menor entre las mujeres; y la violencia en contra de las mujeres es definitivamente mayor.
Sin embargo en una encuesta realizada para conocer la percepción de la población sobre esta situación encontramos que un 63% piensa que esto se da porque las mismas mujeres no quieren cambiar. Este criterio fue sustentado con el hecho de que ya existen mujeres que rompen el tradicional papel. Frente a esto me gustaría decir dos cosas, la primera que el hecho de hablar de mujeres que rompen con la tradición es porque existe aún un esquema que romper, que cambiar, una sociedad que reconformar. Y lo segundo, recordemos algo que decía hace un momento: la situación de la mujer “es producto de toda una construcción social que a lo largo de la historia ha ido poniendo uno a uno los ladrillos para levantar la muralla…” la muralla de la inseguridad, la muralla de la falta de autoestima, la muralla del servicio sin esperar nada a cambio, la muralla del sacrifico, la muralla de la violencia. No seamos simplistas, el análisis no es tan sencillo como decir las mujeres no quieren.
Anotemos otro aspecto que no debemos perder de vista en este análisis, ahora que las mujeres estamos rompiendo las reglas y ocupamos cargos altos (en muy contados casos), que trabajamos fuera de la casa o que estudiamos en la universidad estamos “fritas”. Porque esta conquista personal de las mujeres no ha ido acompañada de conquistas de los varones, es decir, las mujeres accedemos y luchamos en el espacio público (tradicionalmente masculino), pero los hombres todavía no se sienten capaces de hacerlo en el espacio privado (tradicionalmente femenino). Así, las mujeres trabajamos tres veces más que ustedes y ganamos mucho menos. Y hasta donde yo se esto no es justicia, equidad o igualdad de oportunidades.
A las mujeres y a los hombres nos han educado de manera tan diferente que a la hora de juntarnos no podemos encontrarnos. Vemos las cosas desde diferente punto de vista, actuamos con otras claves de comportamiento y para llegar a un acuerdo apelamos a la costumbre social y en ésta las mujeres tenemos las de perder.
En este proceso las mujeres no sólo hemos perdido la posibilidad de desarrollar nuestras destrezas sino hemos perdido la posibilidad de hablar, de quejarnos, de denunciar, de gritar. En las paredes de la casa se llora la desgracia, se llora el maltrato, se llora la violencia y se acepta la actitud prepotente de quien tiene el poder en nuestras relaciones de género: el hombre (Pero en entre estas mismas paredes vamos tejiendo la esperanza haciendo que las cosas cambien).
En nuestra sociedad, la diferencia entre hombres y mujeres, lejos de ser una riqueza que aporte al desarrollo humano integral de nuestro pueblo, es el pretexto para el maltrato, el abuso y la violación de nuestros derechos. El hombre tiene el poder por tanto tiene el derecho, así como el rico tiene el poder y tiene el derecho, y cuando desprecian, violan, violentan… no son juzgados ni sentenciados. El hombre tiene el derecho, porque tiene el poder, de agredir no sólo a su pareja sino a cualquier mujer, o ustedes piensan que es casualidad que hayan mujeres violadas, insultadas, lastimadas, heridas y muertas por hombres que nunca conocieron.
Pensar que los hombres son superiores no es un juego que da pie a una tonta guerra de sexos, es la causa de la violación al más elemental derecho de las humanas y humanos: la vida, la vida digna, la vida libre de violencia, los derechos humanos dicen que “todas las personas tenemos derecho a una vida digna y libre de violencia”. Romántica declaración.
Nuestra Constitución recoge esta declaratoria en el Título III, De los Derechos, Garantías y Deberes, en donde en el capítulo 2 (de los derechos civiles) dentro del artículo 23 encontramos lo siguiente:
“La integridad personal. Se prohíben las penas crueles, las torturas; todo procedimiento in-humano, degradante o que implique violencia física, psicológica, sexual o coexión moral, y la aplicación y utilización indebida de material genético humano”
Claramente la Constitución señala que se prohíbe la violencia física, psicológica y sexual, entre otras tipificaciones. Sin embargo, el haber dado a la cotidianidad el carácter de natural y normal ha hecho que perdamos de vista que el maltrato a las mujeres es un problema social, es un delito, es un acto inconstitucional.
“Yo jamás le pego a mi mujer” decía un señor en una entrevista, “y eso que a veces es bien tonta”. ¿Cómo calificarían ustedes a esta expresión?. Como un mérito porque no le pega, como mayor mérito porque no le pega aunque “se merece” por ser tonta, o como maltrato.
“Vaya que loca que es usted, nunca sabe de lo que habla…”, decía un hombre a su esposa. ¿Cuánto creen que esto afecta a una persona que continuamente escucha que no sabe de lo que habla o que es loca?. El maltrato no es pegar a una mujer hasta enviarla a un centro de salud, es cualquier agresión física, verbal o sexual así el resultado no sea la clínica o el hospital.
“Mamacita que rica ven para enseñarte…” Es una típica expresión (generalmente dicha en la calle a una mujer desconocida) producto del ejercicio de poder de los hombres en contra de las mujeres. Esto es violencia de género, no es un hecho aislado de un “guambra majadero”. Y aunque sea doloroso admitirlo la gran mayoría de los hombres piensan que este tipo de expresiones nos gustan a las mujeres. ¡Cuán equivocada anda nuestra sociedad!, ¡Cuánto han dañado la espiritualidad masculina! ¡Cuánto ha resquebrajado nuestras relaciones!
Y así, las mujeres tenemos que escuchar cualquier majadería en cualquier espacio, tenemos que callarnos cuando un jefe a más de nuestras tareas nos pide que limpiemos y barramos porque somos mujeres, o aceptar invitaciones fuera de horario de oficina porque el trabajo está en juego; y hasta los golpes de nuestro compañero que después nos dice que nos ama.
Estamos a las puertas del siglo XXI y aunque las mujeres hemos dado pasos gigantescos tenemos una larga lucha para erradicar la discriminación y la violencia. Lucha que no podemos hacerla solas o aisladas.
La violencia en contra de las mujeres y los mass media
Para entender cómo es que esta situación se ha mantenido por tantos años y los logros sociales y los de las mujeres en comparación con la historia humana sean tan pequeños, debemos escarbar en la construcción de nuestro sistema. Esta sociedad patriarcal de corte capitalista está asentada en pilares sólidamente construidos a lo largo de nuestra historia: la familia, la educación y la iglesia. Esta trilogía institucional es la encargada de moldear y diseñar a las personas dentro de la sociedad a fin de que cada una cumpla con un papel que sustente y alimente el sistema establecido.
“Esta injusticia social a más de la familia, la educación y la iglesia, busca una nueva fuerza que cruce a los anteriores y pueda convivir con las tres y con las personas de forma individual. Por ejemplo si alguien no tiene religión, ni escuela, ni familia, tendrá mensajes a su alcance a través de una radio, una televisión, un periódico o una revista, un medio que entrará en su vida así no sea llamado.
Hasta hace algunos años se vio en los medios de comunicación el fenómeno adiestrador por excelencia, se sostenía que a través de un medio de comunicación se daba una orden y el pueblo en una reacción robotizada respondía positivamente sin cuestionar el mensaje.
Ahora sabemos que no es así, sabemos que las personas tenemos la capacidad de discernir y de discriminar, y esta capacidad viene dada por todo nuestro pasado, como diría Milán Kundera viene dada por “el pozo”, por lo que vivimos y por lo que nos dieron viviendo quienes nos precedieron. A esto se suma nuestro entorno social, y la efectividad de la trilogía institucional en nuestra formación (o deformación como ustedes quieran llamarla).
Los medios masivos de comunicación no son omnipotentes, no tienen la capacidad absoluta de construir o destruir modelos de comportamiento, son el eje en el que nuestro sistema apoya su trilogía institucional fundamental (iglesia, familia y educación) a fin de mantenerla viva, avalándola como conductora y rectora de la buena marcha de una sociedad.
Así las cosas, los medios masivos no tienen que violentar el comportamiento actual en la sociedad, sino retomar los valores que se han insertado en ella y con ellos mantener, a través de sus mensajes, el actual estado de cosas.
Es por esto que una radio, por ejemplo, que transmite mensajes, propagandas, noticias y canciones, en donde la mujer es un ser de segunda no tiene complicaciones ni provoca reacciones, porque el medio no violenta lo que se nos enseña por años, la sociedad escucha con tranquilidad y paciencia lo que se le dice porque no va en contra de lo que siempre ha sabido, ha vivido, ha aceptado.
Este hecho es un punto en contra de los medios y programas de comunicación alternativos, que trabajan por mostrar la posibilidad de vivir un mundo en donde la tolerancia y el respeto a la diferencia sea la base del crecimiento social. Muchas veces los mensajes y transmisiones se pueden volver en contra del medio o programa porque se violentan los valores en los que está asentada la sociedad, valores trastocados que como habíamos dicho antes se sustentan en la inequidad, en la discriminación y en la violencia. Pero estos valores son parte de un conglomerado humano, y es por esto que no podemos entrar negando su existencia.
En este sentido, cambiar la actuación de las personas, cambiar la actitud en la relación entre mujeres y hombres no es tan sencillo como dar recetas de compor-tamiento a través de un medio de comunicación” . Sin embargo, el denunciar los hechos de violencia en contra de las mujeres sin que estos vendan sensacionalismo sino que sustenten las causas de esta violencia; el no usar la imagen de la mujer como cosa pública a la venta; el no dar paso a publicidades discriminatorias (por ejemplo INECEL: una mujer lavando la ropa de un Miguelito que le invita a una fiesta); el propiciar debates informativos e instructivos frente a esta problemática dándole la importancia social que tiene; son entre otras, las formas en las que los medios masivos de comunicación pueden aportar al cambio.
Es claro que las personas dueñas del medio de comunicación son en última instancia quienes deciden, y si la noticia, el evento o el hecho en el que se involucra la problemática de las mujeres no vende, nos sentimos con las manos cortadas porque no tendrá espacio en dicho medio.
¿Por qué la mujer desnuda vende cualquier cosa y la mujer como ser social no sirve para los medios masivos?. Porque formamos parte de este sistema atentatorio contra las libertades y derechos del más del 50% de la población, porque no interiorizamos que este problema no es doméstico sino social, porque alimentamos y nos alimentamos del sistema. Todo esto va en contra de los principios de quienes hacemos comunicación social: enseñar, informar, guiar, educar… Hemos permitido que el poder y el dinero se adueñen de nuestra profesión y respondemos obedientemente a sus exigencias sin molestarnos en estudiar la causalidad de la crisis de valores en la que estamos.
Y como si no fuera suficiente, a través de nuestros medios se transmiten novelas como La Intrusa o Leonela que son un real insulto a las mujeres (a quien se le ocurre que una mujer violada va a enamorarse de el violador, es un despropósito por decir lo menos) noticias, en donde la agresión en contra de las mujeres es abordada desde la crónica roja sin ningún tipo de análisis social sobre la causalidad de esta violencia; publicidades en donde las mujeres aparecemos como seres sin cerebro y con excelente cuerpo, en donde se recalca nuestra “naturaleza servil”, en donde formamos parte del objeto publicitado por “bueno, bonito y barato”; ejemplos de esto tenemos todos los días y a todas horas, en la radio, en la prensa y en la televisión: “Galletas Ricas”, “El Palito” de la Universal, “Las Negras de Oscar”, “Marriot”; publicidades de cigarrillos con lemas como “el placer de fumar” al lado de un cuerpo prácticamente sin rostro porque si nos fijamos, ya ni el rostro de la modelo es decididamente enfocado. En fin, sólo debemos sentarnos a escuchar la radio, ver la televisión, leer el periódico o revistas. En definitiva, en la actualidad la mayoría de los medios de comunicación no sólo que no aportan para cambiar las actuales relaciones entre hombres y mujeres sino que profundizan la brecha que ya existe y la violencia en contra de las mujeres. Si no nos sentimos capaces de trabajar por la solución al menos busquemos la manera de no profundizar el problema
La comunicación social debería aportar en la construcción de una sociedad positiva… Sin embargo, tengo la sospecha de que si no tenemos la conciencia y la certeza de que la violencia de género es un problema social que disminuye la posibilidad de desarrollo de nuestros pueblos, no seremos un aporte en este proceso de transformación que nos beneficiará a todas y a todos.