Erradicar la crueldad
Por: Sandra López A. GAMMA
Fecha: 14 de junio, 2005
“La humanidad debe al niño lo mejor que puede darle… El niño gozará de una protección especial y dispondrá de oportunidades y servicios, dispensado todo ello por la ley y por otros medios, para que pueda desarrollarse física, mental, moral, espiritual y socialmente en forma saludable y normal, así como en condiciones de libertad y dignidad… El niño debe ser protegido contra toda forma de abandono, crueldad y explotación”. Así reza la declaración de los derechos del niño.
Según la OIT, existen unos 250 millones de niños y niñas entre 5 y 14 años de edad, comprometidos en el trabajo infantil.
No existe un acuerdo en las formas de lucha contra el trabajo infantil: se postula su erradicación o se trabaja por la disminución de la explotación, garantizando seguridad, salario o disminuyendo jornadas extensas sin descanso. Cada una acusa a la otra de no pisar la realidad o de ser excesivamente indulgente frente la misma. En medio de esta pugna, inclusive se han encontrado suaves denominaciones que esconden y hasta justifican esta situación: inevitable fase de crecimiento de las sociedades en vías de desarrollo. El Banco Mundial por ejemplo, a través de una de sus portavoces, afirma: “El tema del trabajo infantil es complejo puesto que en algunas áreas es esencial para la supervivencia de la familia”.
Una reciente investigación de UNICEF en América Latina ha evidenciado que debido al trabajo de los niños y niñas, el poder adquisitivo de las familias aumenta como máximo entre un 10 y un 20%, sin lograrse cambios sustanciales en los niveles de vida. Es muy difícil, apuntan, que un niño o niña que trabaje, gane a la semana más de lo que cuesta un kilo de arroz. Pero, si bien la OIT declara que la explotación infantil es al mismo tiempo consecuencia y causa de la pobreza, los países con economías dependientes continúan justificándose en las excesivas erogaciones para el pago de la deuda externa y en la necesidad de incrementar la competitividad para enfrentarse a mercados globales. Como dato adicional, se debe saber que, según cálculos de la misma UNICEF, si se invirtiera en diez años veinticinco mil millones de dólares (menos que el consumo de cerveza en los Estados Unidos o de vino en Europa durante dos años), se podría dotar a todas las comunidades de los países no industrializados, de servicios de agua potable, salud y educación gratuita y de calidad para niños y niñas.
Frente al trabajo infantil tenemos dos opciones: continuar justificando e intentando menguar sus efectos con razones mediocres e inhumanas; o, desplegar un ataque frontal que comienza con acciones concretas como el no consumo de productos de transnacionales que utilizan mano de obra infantil (Mattel, Lego, Chico, Nike, Adidas, por mencionar las más conocidas) y avanza hacia el involucramiento personal en la lucha para erradicar el trabajo infantil. ¿Qué haremos?