NUESTROS DOLORES
Por: Nidya Pesántez C. (GAMMA)
Fecha: 5 de julio, 2005
¿Tenemos verdaderamente las ecuatorianas y los ecuatorianos la oportunidad para provocar transformaciones genuinas en el país a través de la presentación de propuestas ciudadanas?. Las dudas persisten, después de todo, la traición y el ardid han sido una constante en el camino de nuestra República.
Muchos son los obstáculos que debemos sortear para trazar el cambio, entre ellos, tendremos que curarnos de lo que Joaquín Estefanía llama “Los siete Pecados Capitales” que compartimos con el resto de América Latina. Para Estefanía el primer pecado es el déficit de ciudadanía social, traducida en la desigualdad de la distribución de la renta y de la riqueza nacional; el segundo pecado, el déficit de ciudadanía civil, plasmada en la inseguridad jurídica en todo nivel; el tercero, el déficit de ciudadanía política, que se evidencia cuando la mitad de la población prefiere el desarrollo económico a la construcción de una democracia; las reformas económicas no han cumplido con las expectativas de la población (el cuarto pecado); el quinto, el mayor debilitamiento del Estado, de hecho, percibimos con claridad que nuestro Estado no puede resistirse a las tendencias hegemónicas políticas o económicas aún cuando éstas nos destrocen; la presencia de los nuevos poderes fácticos es el sexto pecado capital que compartimos con América Latina: corporaciones transnacionales, narcotráfico y aquellos medios masivos de comunicación que actúan como supra poderes que limitan la soberanía de las instituciones públicas; finalmente, la corrupción y su naturalización: en América Latina el 44,1% de la población encuestada al respecto asume que aceptaría un cierto grado de corrupción si a cambio las cosas funcionan.
Estos pecados que se cometen con tanta facilidad son nuestros nuevos dolores. Pero los nuevos y los viejos dolores sociales son producto de una herencia que hemos aceptado sin beneficio de inventario: la masacre contra pueblos indígenas, el trabajo forzado al que fueron sometidos y la destrucción de sus símbolos y rituales de identidad; la esclavitud y el tráfico de personas africanas; el abuso sexual sistemático primero contra mujeres indígenas y negras, y luego contra las mestizas; el establecimiento de relaciones de dominio y subordinación entre castas y clases; la construcción de una administración pública basada en la ilegitimidad; la discriminación contra mujeres, contra personas de piel oscura, contra indígenas, contra diversas preferencias sexuales, contra las personas pobres, contra las personas que habitan en zonas rurales y tienen costumbres rurales…
La oportunidad de cambiar nuestro país es individual y es colectiva, sanarnos de estos dolores y erradicar de nuestra conducta y de la estructura del Estado los principios fundacionales de nuestra sociedad: el abuso y la exclusión, son pasos imprescindibles de los que nacerán y se aceptarán propuestas transformadoras.