DERECHOS ESPECIFICOS

Si bien la Declaración Universal de los Derechos Humanos en 1948 se constituye en un código ético para una actuación diferente en las relaciones humanas y en el manejo del poder en nuestro planeta; los derechos consagrados en aquel histórico momento fueron declarados por hombres en una época caracterizada por una orientación masculina más fuerte que la actual. Como resultado, en esta declaración no encontramos plasmados los derechos que las mujeres debemos ejercer para que dejen de considerarse normales, todas aquellas acciones que atentan contra nuestra imagen y contra nuestra posibilidad de autodeterminación y desarrollo. Por ejemplo, la violencia en contra de las mujeres aún es vista como parte del destino de las mujeres que conviven con un compañero y que depende de la suerte que haya tenido con su pareja para sufrirla o no; también se considera normal que en la calle se agreda a las mujeres de acción o de palabra; se asume como parte de la cotidianidad que las mujeres sean utilizadas en las campañas publicitarias como un objeto de consumo; también se acepta que las mujeres no tengan ingresos propios o que no puedan administrarlos autónomamente porque son naturalmente dependientes; y también es considerado normal que las mujeres que contraen matrimonio dejen sus carreras por el cuidado del hogar.

En este contexto y en la búsqueda de transformar la realidad brevemente descrita, representantes de diversas expresiones del movimiento de mujeres en todo el mundo plantearon que es necesario incorporar en el marco jurídico internacional y en los marcos jurídicos nacionales aquellos derechos que se consideran son indispensables para terminar con la desigualdad de género. Los derechos específicos de las mujeres se resumen en los siguientes: derecho a una imagen valorada en los medios de comunicación; derecho a ser una misma, el derecho a nuestra identidad y diversidad; derecho a la participación política; derecho al acceso y control de recursos económicos; derecho a una vida digna; derecho a una educación sexual; derecho al control voluntario y seguro de la fecundidad; derecho a disfrutar una vida sin violencia; derecho a denunciar y exigir sanciones sobre incesto y violación a las niñas; derecho a la opinión y a la comunicación.

Mujeres y hombres somos parte de la misma especie, sin embargo no somos iguales somos seres diferentes; y para que esta diferencia no sea la excusa que condicione a la población femenina a la subordinación, a la discriminación y a la exclusión como si fuese una estado natural de la convivencia, es necesario que reconozcamos esta especificidad como un factor esencial en la exigibilidad y ejercicio de los derechos.

MUJERES REALES, REALIDADES VIRTUALES

Nidya Pesántez Calle

Alguien dijo alguna vez “lo que no está en los medios de comunicación no existe”. ¿Afirmación extremista?, encuentro que no; ¿afirmación incómoda?, definiti-vamente sí. Sin embargo, y a pesar de esta afirmación, existe gente, existe propuesta, existe interacción extra medios, pero ¿qué pasa con esa realidad?. En la actualidad no es visible, los hechos visibles son aquellos que hacen noticia o que se hacen noticia, aquellos que se publican y difunden, aquellos que son recogidos por los medios masivos. Así, cuando hablamos de la existencia o no de un hecho, de una propuesta, de una o de cien mil personas, no nos referimos a su posibilidad física de transitar este planeta, sino a su capacidad de registrarse en la conciencia colectiva, y he aquí el problema: la conciencia colectiva registra casi exclusiva y excluyentemente lo que los medios colectivos le cuentan.

Cuesta pensar el giro que hemos dado las sociedades en general y las ciudades en particular, en cuanto al lugar que habitamos. Antes era la casa, la escuela, el cine, la plaza, el barrio, la cotidianidad física. Hoy vivimos en nuestra pantalla de televisión, en nuestra radio, en nuestra computadora, en los diarios, en las revistas; como diría Martín Barbero: “vivimos un mundo en el que se está siempre y no se está nunca en casa”. Efectivamente, estamos siempre en el mundo virtual y nos alejamos casi frenéticamente de la realidad. Estamos siempre empapadas y empapados de información emitida por los medios masivos y nos enteramos poco de lo que pasa en nuestro entorno más cercano. No sabemos en dónde se discuten nuevas propuestas, no sabemos qué piensa y qué hace el otro grupo social: si somos ecologistas no buscamos a las feministas, si somos sindicalistas no buscamos a ecologistas y así continúa la cadena de eslabones separados, perdidos, desorientados. No sabemos qué hacemos qué proponemos en dónde nos encontramos. Respondemos al nuevo espacio que habitamos: el fragmentado y fragmentador espacio virtual.

Raúl Cardozo dijo alguna vez: “El Espacio Público era un lugar físico como éste donde los habitantes de una ciudad, donde los ciudadanos en época de Aristóteles, aquellos que eran libres, no eran esclavos y además tenían propiedad, se reunían físicamente, concurrían físicamente a ese espacio, debatían y resolvían o no, los problemas derivados de la vida en común. Este Espacio Público que era el Espacio Físico de la política se transformó en un Espacio Virtual. Es decir, para darles un ejemplo con reducción al absurdo, nosotros podríamos estar aquí hoy y juntar, no las setenta u ochenta personas que somos, sino juntar aquí en el espacio contiguo de la Plaza de Mayo un millón cien mil personas, un millón quinientas mil, dos millones fundar un nuevo partido político o agrupación gremial u organización civil sin fines de lucro y si mañana no hay un eco de esto en diarios, revistas o televisión, el hecho sería no registrado por la conciencia colectiva”.

La lógica del espacio virtual

La existencia de un espacio en donde confluye el movimiento del planeta no es negativa en sí misma. Que este espacio sea virtual, es decir, que esté entre lo real y lo imaginario ese sí es un problema; ahora, dicho problema se agudiza cuando constatamos que la conformación de la realidad virtual tiene diseñadores con intereses específicos y palpables –no virtuales-, que atentan contra la comunicación social como herramienta de interacción humana, en beneficio de la acumulación.

Antes de continuar explicitemos, brevemente, el punto del que partimos cuando hablamos de la esencia de la comunicación: primero, la comunicación social no es privativa de los medios masivos; segundo, es una herramienta para establecer contacto; y tercero, es un instrumento para exponer, escuchar, pensar, reflexionar, retroalimentar a fin de volver a nuestra práctica cotidiana con nuevos elementos (la comunicación es dialéctica). Resumiendo, es un mecanismo de perfeccionamiento. Sin embargo, la riqueza de la comunicación se ha reducido al canal, al medio, esto es, a uno de los elementos que conforman el proceso comunicativo. De esta manera, los medios son determinantes, son más importantes que la realidad (pues en ellos se puede diseñar cualquier realidad), y por supuesto, son más importantes que los receptores/as (Rs) y que los emisores/as. Los medios de comunicación –de la misma manera que en el proceso productivo- marcan el ritmo del proceso comunicacional. Quien tiene los medios, tiene el poder… quien tiene el poder tiene los medios: una relación simbiótica en este sistema.
Sin embargo este poder no es absoluto, puesto que los seres humanos no respondemos como robots programados a todo aquello que en los medios se presenta. Los seres humanos tenemos un bagaje, una cultura, “un pozo” al que recurrimos para seleccionar y discriminar lo que queremos y no queremos saber, lo que queremos y no queremos aprender, lo que queremos y no queremos ver, lo que queremos y no queremos leer. Tenemos un pozo que nos ayuda a constituir nuestra individualidad; quiero decir, tenemos una memoria que nos orienta más allá de que la orientación sea positiva o negativa, que muy personalmente, juzgo es inútil calificar, para discriminar y seleccionar, en este caso, la actividad de la realidad virtual. Empero, esta memoria individual y colectiva se va perdiendo, y esa pérdida puede volvernos, tarde o temprano, programables. Se va debilitando lo real ante la constante y acosadora carga de imágenes y sonidos de la realidad virtual. Llegado el momento la confusión es tal, que ya no nos conmueve la injusticia o la muerte provocada; esta nueva realidad (la virtual) nos ha mostrado tanta sangre y tanta muerte que el corazón se nos va callando y las emociones ante situaciones reales y ficticias se van pareciendo hasta que se conjugan en una sola (impavidez en el mejor de los casos).

Siendo así, los medios de comunicación se interponen –no por naturaleza- en el proceso de comunicación. Ya no hay interacción, estamos frente a la mera información, y recibimos tal carga de referencias que ni siquiera podemos consumirlas. No hay ni cuestionamiento ni contraposición entre esta forma de hacer comunicación y el sistema: el consumir no es tan importante como el acumular; así, nos volvemos bodegas de información, la acumulamos. Ya en la década de los 50, Laserfield y Merton, sociólogo y antropólogo respectivamente, hicieron una investigación sobre –en ese entonces- el “nuevo fenómeno comunicacional”, la televisión, y llegaron a la siguiente conclusión: “la televisión es un medio que aporta tanta información en tan poco tiempo que no hay posibilidad para el individuo de asimilarla, ordenarla y procesarla y descartar lo que no le es útil ”. Según Cardozo, los estudiosos propusieron que la televisión provoca un Síndrome de Narcotización Disfuncional.

A este hecho podemos sumar la dependencia que progresivamente tenemos de los textos informativos y de cómo cada vez necesitamos menos de una comunicación interactiva. Barbero ponía como ejemplo el mercado y el supermercado: el primero, un espacio de comunicación, en donde necesariamente tenemos que interactuar; el segundo, “un no lugar”, un espacio físico en donde podemos pasar horas sin necesidad de hablar ni de preguntar; nos basta con la cantidad de textos informativos y de publicidad, estos son los elementos “comunicacionales” que nos guían. Nos vamos tomando el silencio, vamos cediendo la palabra.

Cuando empezamos a tocar el tema de la lógica del espacio virtual, habíamos dicho que los diseñadores de esta realidad tienen sus propios intereses. Estos intereses se evidencian cuando analizamos la información que transmiten, el cómo la transmiten y lo que omiten. De esta manera, nos sentamos ante un mass media y escuchamos las noticias que dentro del medio deciden son las de interés del público; la parte de las noticias que se asegura, son de interés del público; y por supuesto no nos enteramos de aquello que no despierte el interés de este público. Así, en nombre del interés del público, que no es lo mismo que el interés público, se toman las decisiones de lo que debe y no debe existir. Se mediatiza la realidad, y ¿quién lo hace?, pues quien tiene el poder sobre el medio o sobre los medios.

Bueno, y en dónde están las mujeres

En la realidad virtual no existimos. Si bien esta afirmación puede parecer radical o extremista, hay evidencias que dan cuenta de nuestra desaparición como seres reales en el espacio virtual.

¿Cómo nos presentan a las mujeres en el espacio virtual?: a) bellas, según los códigos de belleza establecidos en occidente; b) con cuerpos delgados y en la mayoría de los casos esbeltos, según las claves dadas también por occidente; c) triunfadoras, cuando además de cumplir con estos requisitos estéticos somos inteligentes, por cierto, cuando nos muestran inteligentes generalmente somos la excepción pues estamos rodeadas de muchos hombres en la misma posición, que son la regla; d) buenas, nobles y dignas de respeto, cuando respondemos a las claves femeninas de comportamiento otorgadas por la sociedad maternales hasta las últimas consecuencias; e) desdichadas, hasta que aparece un príncipe azul que nos saca de la situación de tedio o nos resuelve el terrible problema en el que nos metimos por ingenuas o enamoradas; f) temerarias, cuando queremos ser iguales a los hombres (y aquí me lanzo una cuñita, nada más lejos de la realidad, las mujeres no queremos ser como los hombres).

¿Cómo accedemos las mujeres a la realidad virtual? Como la mayoría de personas, a través de la televisión, de la radio, de la prensa, de la red electrónica. Sin embargo, la realidad virtual tiene para nosotras elementos establecidos “específicamente para mujeres”; estas cosas específicas para mujeres las encontramos en la mayoría de revistas que se presentan en cualquier mass media. En estas revistas, en estos espacios, las mujeres podemos encontrar todas las claves que necesitamos para responder de manera acertada y generosa a los estereotipos de mujer que nos plantea la realidad virtual.

¿Cómo tomamos la palabra las mujeres en la realidad virtual?. Temo decir que no la tomamos, en nuestra realidad palpable la exigimos, la pedimos, pero en la realidad que nos plantea la sociedad mediatizada supuestamente no la necesitamos. Entonces, lo que queremos las mujeres, lo que anhelamos y proponemos no existe (no está en los medios). Sólo existe lo que la realidad virtual pretende de nosotras.

En la sociedad mediatizada, se ha mediatizado nuestra presencia, así, cuando no aparecemos en programas evidentemente de ficción (novelas, series, películas, etc.), estamos en los noticieros como parte de la crónica roja o semidesnudas en programas de concursos.

Frente a esta representación virtual de las mujeres, existimos mujeres reales, de carne y hueso con vidas muy diferentes a las pretendidas por la realidad virtual. Físicamente, las mujeres respondemos a formas corpóreas de acuerdo a nuestra raza, a nuestro espacio, a nuestro clima; aquí por ejemplo, las mujeres somos pequeñas, con caderas altas, redonditas, con las piernas cortas, con el cabello café oscuro o negro… evidentemente hay variaciones, pero ese es nuestro esqueleto, diferente al que tienen en el norte de Europa o Estados Unidos, diferente al que nos muestra la realidad virtual.

Por otro lado hablando de mujeres triunfadoras reales, las mujeres tenemos éxito no en cuanto a nuestra estética, como pretende la realidad virtual, sino a nuestra lucha dentro de una sociedad patriarcal; una lucha que si bien no todas la hemos dado, sí hemos sido beneficiarias de sus conquistas, conquistas hechas por las mujeres que se enfrentaron a su tiempo y espacio para abrirnos camino; cada paso que damos en la historia, cada triunfo que obtenemos, individual o colectivo, no es producto de la concesión, sino del constante trabajo de las mujeres organizadas y no organizadas. Pero esta conquista no es visible en la realidad virtual. En la realidad virtual se ha retomado cada conquista de las mujeres para convertirla en una nueva cadena, resulta, entonces, que ser triunfadora es ser prácticamente una máquina porque a más de vernos bellas, y de trabajar eficientemente en una oficina, trabajamos a la perfección en casa; así las cosas, trabajar hasta morir sin descuidar una uña o un cabello y sin posibilidad de vacaciones, es haber triunfado.

Con respecto a nuestra naturaleza femenina, decíamos que la realidad virtual nos muestra seres nobles y buenos como producto de nuestra maternidad, ¿qué pasa entonces con las mujeres que no quieren o que no pueden ser madres?; ¿qué pasa con aquellas que no asumen ese papel social?, ¿son acaso menos mujeres? ¿No son tan nobles porque no saben lo que es ser madre? ¿son más frías por esta “falencia” social? ¿No son tan dignas de respeto y consideración porque no obedecieron a la naturaleza?…

En cuanto a nuestra dicha o desdicha, ésta no está marcada por la presencia o ausencia de un compañero, esta dependerá de cuán cerca estemos de nuestros propios sueños y metas, siempre y cuando estos sueños no sean producto prefabricado en la realidad virtual. Por último, las mujeres no somos unas locas temerarias que queremos parecernos a los hombres cuando hablamos de la reivindicación de nuestros derechos, de hecho, no pedimos que se amplíe la declaratoria de los derechos humanos a “mujeres y hombres”, hemos definido derechos específicos que tienen que ver con la valoración de nuestro ser diferentes.

Si bien es evidente el problema que causa en nuestras relaciones sociales el querer asumir una forma de ser, de pensar y de actuar, diferente a la propia, más grave es que se valore menos a aquellas mujeres que no aceptan o que no se parecen al molde femenino presentado en la realidad virtual. Así, una mujer que no es madre, que no es esposa, que no es ejecutiva, que no es bella, está muy lejos de la meta virtual; entonces habrá un sobre esfuerzo para deshacerse de su ser y construir otro. De esta manera, las mujeres reales distantes a las realidades virtuales, vamos perdiendo nuestra propia forma de comunicarnos e interactuar y empezamos a desarrollar nuestra vida en la realidad virtual, forzando nuestra naturaleza individual y alimentando el sistema: nos vamos alejando del mercado interactuante y nos hundimos en el supermercado, nos alejamos de las vecinas, nos alejamos de las amigas, nos alejamos de la familia ampliada. Cambiamos nuestro eje de relaciones reales por el que nos presenta una realidad virtual y, cambiamos nuestra forma de comunicación interactiva por los textos informativos.

A esto sumemos, que la realidad virtual no sólo nos presenta distorsionadas sino que omite todo aquello que puede aportar en nuestro crecimiento social, de esta forma, en la realidad virtual no se recoge la lucha de los diferentes movimientos sociales, excepto cuando “hacen noticia”, es decir, cuando hay algún elemento que puede ser resaltado como negativo: paros, manifestaciones, cierre de carreteras, etc. El movimiento de mujeres no está exento de este tratamiento; sin embargo, las mujeres hemos trabajado duro para alcanzar nuestras metas que se circunscriben en la consecución de una sociedad justa y solidaria. Así, los avances en la nueva Constitución de la República, la incorporación de los derechos específicos de las mujeres como parte de los derechos humanos, la ley en contra de violencia a la mujer y la familia, las campañas de activismo por los derechos humanos, son, entre otras, conquistas que aportan al progreso de la sociedad desde un punto de vista humanista. Pero estos hechos no están en la realidad virtual por lo tanto no están registrados en la con-ciencia colectiva.

Otro elemento que no podemos dejar pasar es que no sólo distorsiona nuestro ser mujer sino nuestra lucha. La realidad virtual presenta al movimiento de mujeres y su pelea totalmente distorsionada, según la sociedad mediatizada esta lucha es una guerra de sexos, y este hecho sí ha sido registrado por la conciencia colectiva, por eso es que cuando alguien escucha que una mujer es feminista piensa inmediatamente en que es una amargada, una lesbiana, una desengañada o una pobre mujer que no consiguió un hombre. Tan simplista y tan amarillista afirmación.

¿Qué hacer?

Seguramente, muchas personas aquí presentes tienen respuestas a las interrogantes planteadas o tienen soluciones para los problemas establecidos. Ojalá podamos juntar ideas y cambiar el rumbo que ha tomado la comunicación para recuperarla como mecanismo de perfeccionamiento humano.

Me permito proponer algunos puntos que podrían servir como eslabones en la construcción de una cadena humana que trabaje por un cambio en nuestra sociedad para el beneficio común:

1.- Es tiempo de recuperar las fortalezas de los medios masivos de comunicación social, devolviéndoles su misión: ser canales de comunicación para juntar a las personas en la inmensidad de las ciudades y de los países provocando debate e interacción. Como dije, los medios no son por naturaleza piedras en el camino de la comunicación, al contrario, son los cauces por donde fluye el acontecer humano cuya lógica se parecería más a la marea que a un río unidireccional que llega al mar, por su posibilidad de ir y venir, de llevar y traer, no solamente de vaciar.

2.- Las comunicadoras y comunicadores podemos retomar la realidad en que vivimos para reemplazar aquella realidad que se genera en los medios. Para esto debemos empezar por reconocer que estamos viviendo y aportando en la construcción de “un no lugar” que nos fragmenta como ciudadanas y ciudadanos.

3.- Es necesario que la comunicación no permita que vaciemos la memoria a cuenta de un mundo globalizado al que supuestamente debemos responder con profesionalismo. No podemos en nombre de la globalización y el avance tecnológico dejar cada vez más atrás nuestras costumbres, nuestras tradiciones. Debemos mantener viva nuestra cultura como, talvez, la única balsa para evitar ahogarnos en un futuro de seres humanos programables y programados, sin memoria.

4.- Como periodistas y comunicadores/as debemos seguir más de cerca lo que hacen los movimientos sociales, pues con el crecimiento de las ciudades, las formaciones sociales no se hacen alrededor de un espacio físico sino en torno a un sentimiento común, así se van conformando nuevas identidades sociales ya sea por género, por edad, por reivindicación laboral, por la conservación ambiental, etc. Debemos aportar en el debate de estas formas de agrupación caso contrario seguiremos poniendo nuestro trabajo a favor de la fragmentación.

5.- Debemos valorar nuestra forma de ser mujeres y nuestra lucha. Es tiempo de frenar esta construcción de la realidad virtual que nos muestra a las mujeres tan lejanas a lo que realmente somos y que presenta a la lucha de las mujeres como una lucha en contra de los hombres, este es otro “virtualismo” que nos fragmenta.

Sin embargo, la responsabilidad no está solamente en manos de las comunicadoras y comunicadores; ciudadanas y ciudadanos también debemos optar por imponer la realidad de nuestra vida a los virtualismos que nos alimentan. Dejar de ser programables es un reto que tenemos para evitar que, quienes tienen el poder, nos mantengan en esta soledad obscura de textos informativos y de incomunicación del virtualismo.

PLAN PARA LA IGUALDAD DE OPORTUNIDADES

A pesar de los avances consagrados en el marco jurídico ecuatoriano en materia de derechos específicos de las mujeres, la discriminación, subordinación y exclusión de las mujeres persiste, de hecho, a lo largo de estas semanas hemos podido constatar algunos datos que lo demuestran. Esta brecha entre el marco jurídico y la realidad de las mujeres, encuentra sus motivaciones tanto en la debilidad del Estado como en los imaginarios y conceptos sociales que guían a la población. En el caso del Estado, es necesario fortalecer la institucionalidad pública de género a fin de incorporar como prioridad la articulación de las políticas de género a la gestión estatal para alcanzar la gobernabilidad democrática. En el caso de la población, todavía enfrentamos concepciones que asumen a la mujer como un ser dependiente, con limitaciones para desenvolverse en el espacio público y “naturalmente” dotado para desenvolverse en el espacio privado y, por tanto, con menor valor social.

Esta situación es, sin duda, una problemática que debe ser afrontada por el Estado ecuatoriano, y para ello es necesario que éste asuma su reto, que, en palabras de Rocío Rosero, Directora del CONAMU, es “incluir plenamente los mecanismos, procedimientos y programas que hagan efectiva la vigencia, promoción, protección, ejercicio y exigibilidad de los derechos humanos de las mujeres en las políticas públicas sociales, económicas, ambientales y administrativas así como en el marco jurídico y en la administración de justicia”

En este marco, el Consejo Nacional de las Mujeres presenta al país el Plan de Igualdad de Oportunidades 2004 – 2009, como un instrumento técnico y político que permitirá al conjunto del Estado asumir las necesidades e intereses de las mujeres ecuatorianas como políticas de Estado, a fin de transformar positivamente su vida como un imperativo democrático.

Además de la importancia que tiene el PIO para la construcción de la democracia dentro del país, se convertirá en documento de sustento para el levantamiento de la nueva plataforma mundial hacia la consecución de la equidad pues será texto de consulta y evaluación en marzo del año 2005, fecha en que la comunidad internacional se apresta a la revisión de lo que ha significado para las mujeres del mundo la aplicación de la Plataforma de Beijing resultante de la V Cumbre Mundial de las Mujeres en 1995.

Si buscamos construir un país justo y democrático el Estado ecuatoriano deberá arrogarse como prioridad de buen gobierno, el Pacto de Equidad con mujeres, niñas y adolescentes.

INTERVENCIÓN EQUITATIVA

Existe un área específica que podría aportar de forma importante para cambiar la situación de postergación y privación de beneficios del desarrollo para las mujeres y que puede dar cuenta del tipo de intervención de un Estado: su presupuesto.

En este sentido, podemos diferenciar tres tipos de presupuesto. En primer lugar los presupuestos neutrales al género, que consideran que hombres y mujeres tienen las mismas necesidades e intereses y por lo tanto destinan fondos de manera global; resultan “ciegos” al género pues al ignorar las desigualdades, necesariamente las replicarán o las mantendrán. En segundo lugar están los presupuestos focalizados a las mujeres, que atienden exclusivamente a este grupo y que, en determinados casos puede ser necesario para compensar las inequidades existentes en términos de recursos económicos concretos o de acceso a servicios por parte de las mujeres. Finalmente, desde hace algunos años, se viene desarrollando un tipo de presupuestos conocidos como sensibles al género, su aporte principal es que reconocen las desigualdades y diferencias entre mujeres y hombres y demuestran un esfuerzo explícito para eliminar los mecanismos que sostienen y profundizan las inequidades de género.

El artículo 242 de la Constitución del Ecuador establece que “la organización y el funcionamiento de la economía responderán a los principios de la eficiencia, solidaridad, sustentabilidad y calidad a fin de asegurar a los habitantes una existencia digna e iguales derechos y oportunidades para acceder al trabajo, a los bienes y servicios; y a la propiedad de los medios de producción”. Asimismo, por mandato gubernamental, el 15% del presupuesto municipal debe asignarse al Fondo para la Equidad y la Solidaridad entre Hombres y Mujeres.

En concordancia con esto, el CONAMU plantea que se debe generar y ejecutar una política de Estado que garantice una reforma estructural que incorpore las particularidades del país desde la visibilización de los sectores vulnerables; para esto, propone como estrategias que el Estado ecuatoriano priorice la política social como base para el desarrollo del país y como pilar en la construcción efectiva de la democracia, plantea también que se deberá fomentar procesos de investigación y definición de propuestas que identifiquen alternativas al modelo neoliberal, así como impulsar propuestas que aporten en la reactivación económica del Estado: atención al área rural, diversificación en la producción y exportación, promoción de la seguridad alimentaria, entre otras.

Si las desigualdades del mercado laboral latinoamericano se borraran, el ingreso de las mujeres subiría en un cincuenta por ciento, y el ingreso nacional en un 5 por ciento ¿no merece la pena entonces emprender la tarea?

GOBERNABILIDAD DEMOCRÁTICA

La gobernabilidad democrática pasa por la capacidad de los gobiernos para adoptar y aplicar medidas que impacten de manera efectiva en la igualdad social. Esto significa conducir procesos de desarrollo incluyente, consolidar la institucionalidad pública y articularla con la sociedad; en suma, garantizar la convivencia pacífica, equitativa y justa que solo se puede obtener con la plena vigencia y ejercicio de los derechos humanos de todas las personas. Esta meta solo será alcanzada con la equidad de género; desde esta perspectiva, constituye una obligación del Estado debilitar y eliminar los mecanismos que mantienen la desigualdad social en general, y la desigualdad de género en particular, de manera que construyamos en el mediano y largo plazo una gobernabilidad real.

La igualdad de género va más allá de los avances en materia legislativa, requiere la participación de las mujeres en los procesos de transformación de la institucionalidad formal y no formal en nuestro país. En el primer caso, las mujeres deben intervenir en la reforma jurídica y de las instituciones públicas enlazando sus intereses con los intereses más generales de la democracia, ampliando su participación en el espacio público con fuerza y legitimidad; y, para alcanzar lo dicho, el Estado tiene una gran responsabilidad. En el segundo caso, debemos incidir en las normas sociales que operan en nivel de las concepciones, símbolos, imaginarios colectivos, subjetividades y prácticas, que sitúan a las mujeres como un grupo subordinado en las relaciones que el Estado establece con la sociedad o en las relaciones que se establecen entre Estado, mercado y familia. Los cambios en la institucionalidad formal y no formal deben darse simultáneamente si queremos construir gobernabilidad democrática, porque las reformas legales y de las instituciones públicas no eliminan automáticamente la discriminación en la práctica social, ni las prácticas sociales suprimen automáticamente la normativa discriminatoria.

El Estado ecuatoriano debe adoptar el género como la categoría interpretativa de la situación socio-económica para la definición de su agenda de planificación, de gobernabilidad, de desarrollo y bienestar, como expresión de su compromiso para la construcción de una gobernabilidad democrática real. De no hacerlo se estaría fortaleciendo la gobernabilidad autoritaria que según Alejandra Massolo se da “cuando operan estructuras corporativas y clientelares, con reglas del juego no escritas (“usos y costumbres” del sistema político), de mando vertical, generalmente ejercida por un partido político hegemónico, sólo capaces de procesar los conflictos siempre y cuando no cuestionen las reglas del juego”.

EL PLAN COLOMBIA

En este año, la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados, ACNUR, ha registrado 5000 solicitudes de asilo en el Ecuador; dato que no refleja el número de personas que cruza la frontera sin pedir asilo. Además, en la zona se reconoce el éxodo de comunidades ecuatorianas a ciudades ecuatorianas en busca de protección debido a la misma causa; últimamente se ha registrado un desplazamiento masivo de 500 indígenas de las comunidades quichuas de Shiguango Tarupa, Las Malvinas, San Francisco, Santa Carolina, Curiyacu y Sumac Pamba hacia Lago Agrio en Sucumbíos. Sin embargo, las medidas de contingencia que existen en la zona de conflicto se aplican solo a personas refugiadas (aquellas que vienen desde Colombia) y no a desplazadas (aquellas que huyen dentro del mismo país) aún cuando la causa es la misma: las consecuencias del conflicto armado en Colombia. La razón para ello es que la permanencia en el territorio del propio país, hace que estas personas queden excluidas del sistema actual de protección a los refugiados.

El 80% de los grupos humanos que están en condición de refugio o de desplazamiento interno está constituido por mujeres, niñas y niños; es por tanto necesario tomar medidas específicas frente a su problemática en el conflicto.

En el caso de las refugiadas, tanto la falta de documentos que reconozcan su status de migrante “regular” cuanto la prohibición expresa del Ecuador para que las personas solicitantes de refugio puedan trabajar, coloca a las mujeres en una situación de explotación laboral, acoso y chantaje sexual bajo amenaza de deportación, riesgo de detenciones e incremento de maltrato y violencia. En el caso de las desplazadas, la situación es similar, pues si bien por un lado no corren el riesgo de la deportación, por otro, el retorno a sus hogares es imposible debido al conflicto. Además, el hecho de que la mayoría de las desplazadas vengan de zonas deprimidas del país les resta oportunidades para conseguir empleo y, de hecho, las posibilidades de trabajo se limitan a aquellas que son extensión del trabajo reproductivo, que como ya hemos analizado en otras ocasiones, son los de más baja remuneración y mayor explotación.

A más del sustento propio y de la familia, la extrema vulnerabilidad en la que se encuentran las mujeres refugiadas y desplazadas pasa por la inseguridad, el temor, el dolor de la ruptura de sus conexiones familiares y culturales, que ahondan procesos violentos de deterioro y pérdida de su autoestima.

Las consecuencias del Plan Colombia en el Ecuador son evidentes y la intervención para mitigarlas será insuficiente si no se incorpora una visión de género que ataque la problemática específica de las mujeres.

UNA VIDA SIN VIOLENCIA

Sin embargo, la violencia en contra de la mujer no sólo se da al interior del espacio privado, en el seno de la familia; también encuentra sus víctimas en el ámbito público, es decir, en las instituciones educativas, en los lugares de trabajo, en los medios de transporte, en el barrio, en las organizaciones, en la calle… Así, cuando hablamos de agresor no se habla exclusivamente del cónyuge, pues los agresores pueden también estar presentes en el enamorado, en el jefe, en el maestro, en el compañero y hasta en el desconocido. Además, esta violencia no se sitúa como suele creerse únicamente en los estratos de economía baja, cruza todos los sectores de la sociedad independientemente de la clase social, del grupo étnico, del nivel de ingresos, de la cultura, del nivel de instrucción, de la edad o de la religión que se profese.

A pesar de que las estadísticas en nuestro país hablan de un 70% de mujeres que han sido víctimas de violencia, los agresores y la sociedad en general suelen legitimarla, esto sucede cuando se esgrimen comentarios en los que se establece que la culpa de este tipo de violencia es provocada por la “misma mujer”: porque se deja, porque algo debe haber hecho, porque le gusta o porque así ha sido siempre; conceptos que se utilizan incluso cuando el caso es de violencia sexual, ¿podemos minimizar un delito?. A este tipo de razonamientos contribuyen diversos programas y mensajes de los medios de comunicación, la publicidad sexista, el sistema educativo, la cultura, las tradiciones, las creencias religiosas, las enseñanzas y los mandatos familiares.

La violencia en contra de las mujeres ha sido asumida por la comunidad internacional como un problema social cuyas consecuencias se sitúan además en el campo del desarrollo de los pueblos, pues al limitar la participación efectiva de más del 50% de la población por los efectos de la violencia de género, reducimos las potencialidades de cada comunidad. En este sentido, la Convención Internacional para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra la Mujer Belem do Pará, que es la más significativa en este campo, señala que la eliminación de la violencia contra la mujer, es una condición indispensable para el desarrollo individual y la plena e igualitaria participación en todas las esferas en las que las mujeres se desenvuelven.

Como parte de la lucha para erradicar la violencia de género, cada 25 de noviembre las mujeres se unen para levantar su voz y exigir que se respete su derecho a una vida libre de violencia y para recordar a la sociedad y al Estado que la responsabilidad es de todas y de todos.

POBREZAS

De manera primordial, a que en nuestra sociedad persiste una forma de convivencia en la que las diferencias sexuales se han convertido en desigualdades sociales; por ejemplo, la división sexual del trabajo, producto de una construcción socio cultural e histórica, no se reduce a una simple diferenciación de las tareas asignadas a mujeres y a hombres, sino que ésta constituye una valoración desigual de las mismas y de quién las hace. De hecho, es de fácil demostración que las actividades que tradicionalmente se conocen como masculinas tienen una valoración económica y una calificación social superior a las de tradición femenina. Esta situación afecta directamente a la generación de ingresos de las mujeres de manera negativa.

La CEPAL menciona que en América Latina el 43% de mujeres mayores de 15 años carecen de ingresos propios. Esta dependencia económica ubica a las mujeres como un sector de riesgo, pues un cambio en sus relaciones familiares significaría caer en la pobreza. Las limitaciones para la generación de ingresos propios hallan sus causas en la división sexual del trabajo, por ejemplo, el trabajo doméstico es la principal tarea del 45% de las mujeres cónyuges, esta ocupación no tiene remuneración e impide el acceso a un trabajo remunerado en igualdad de condiciones que los hombres.

CEPAL en Panorama Social 2003, constata que del total de personas trabajadoras en América Latina y El Caribe, el 53,9 % son mujeres y el 46,1% son hombres; sin embargo, los hombres constituyen el 45,6 % del trabajo remunerado y las mujeres el 31,2%; y del trabajo no remunerado, las mujeres representan el 22,7% y los hombres el 0.5%. A pesar de que la pobreza golpea a mujeres y a hombres debido al desempleo como una de sus múltiples causas, podemos confirmar que el incremento del desempleo masculino entre 1990 y 2002 fue de 3,4 puntos porcentuales, mientras que el femenino alcanzó en el mismo período, un incremento de 6 puntos porcentuales. Por otro lado, en Ecuador, las mujeres que son jefas de hogar reciben un ingreso monetario individual que representa un 41% menos en comparación con los jefes de hogar. Finalmente, las mujeres mayores de 60 años en nuestro país reciben en promedio un 84,1% de las pensiones y jubilaciones que reciben los hombres.

Si bien el índice de feminidad en el país es más alto, la situación de pobreza de las mujeres supera en mucho este hecho, los datos dan cuenta de que las diferencias de género tienen efecto sobre los procesos de empobrecimiento. Por ello, el CONAMU, propone desarrollar un análisis del funcionamiento interno de la pobreza en la familia, a fin de actuar de manera efectiva en la construcción de equidad y en la lucha contra la pobreza

ESCLAVITUD CONTEMPORÁNEA

Según datos de Naciones Unidas el tráfico de personas con fines de explotación sexual mueve cada año entre 5 y 7 billones de dólares. En este mismo período se venden cerca de 4 millones de mujeres para la prostitución, la esclavitud o el matrimonio forzado y 2 millones de niñas son introducidas en el comercio sexual.

La Convención sobre la Eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer CEDAW, de la que el Ecuador es parte, en su artículo 6 establece: “Los Estados partes tomarán todas las medidas apropiadas, incluso de carácter legislativo, para suprimir todas las formas de trata de mujeres y de explotación de la prostitución”. Si bien en el Ecuador la ley penal castiga tanto el tráfico ilegal de personas como también a quienes promueven y se benefician de la prostitución ajena, la trata de mujeres como tal aún no se encuentra tipificada.

En nuestro país no existen datos específicos sobre el tráfico interno (de una región a otra) y externo (destinada a otros países) de mujeres, hecho que limita la posibilidad de poner en la agenda pública esta problemática. En el caso concreto de la trata externa debemos recordar que la sola tipificación del tráfico ilegal de personas no es suficiente, pues en muchos casos las redes internacionales de traficantes utilizan medios legales para el traslado de las mujeres de un lugar a otro sin violar las leyes migratorias; de hecho, paquetes turísticos, cartas de invitación a eventos, contratos de trabajo y la adopción, son mecanismos frecuentes para la emigración legal. Las mujeres son reclutadas en estas redes por medio de engaños con ofertas atractivas de trabajo en actividades no relacionadas con la prostitución. Una vez que estas mujeres llegan legalmente a su destino, son secuestradas como esclavas a través de diversos métodos: retención de sus documentos de identidad y de su pasaje de retorno en caso de poseerlo; violencia física y sexual; restricción de la libertad (encierro) e incomunicación completa. Cuando las mujeres han ingresado violando las leyes migratorias a más de la utilización de los mecanismos ya citados son amenazadas con ser denunciadas ante las autoridades migratorias.

El tráfico sexual de mujeres constituye el cuarto negocio clandestino en el mundo dada su rentabilidad y esto es así porque a decir de un beneficiario de la trata “…la mujer da más ganancia que la droga o el armamento. Esos artículos sólo se pueden vender una vez, mientras que la mujer se revende hasta que ella muere de Sida, queda loca o se mata…”(Testimonio publicado por la Unión de Congregaciones Religiosas Femeninas de la Iglesia Católica).

Considerar que las mujeres son objetos garantiza la expansión de este lucrativo negocio. ¿Cómo considera usted a las mujeres?..

UN ACTO DE COMUNIÓN

La construcción de identidad de mujeres y hombres en el proceso de socialización, se ha visto desequilibrada por la existencia de oportunidades para un sexo en detrimento del otro y; la comunicación con uno de sus engranajes fundamentales, los mass media, está encabezando, consciente o inconscientemente la profundización de las inequidades entre mujeres y hombres.

Tanto datos regionales como locales nos previenen sobre esta realidad; el Monitoreo de medios de Comunicación (WACC, 2003) constata que en Sudamérica, apenas entre el 15 y el 18% de personas mencionadas o entrevistadas, son mujeres y, la mayoría de las veces aparecen de forma subordinada, anónima, y sobre todo representadas como víctimas. En los programas periodísticos televisivos, es entrevistada una mujer por cada 7 hombres y por cada hora que habla una comunicadora mujer son cuatro las que ocupan al aire los comunicadores hombres. Según datos del Observatorio de la Comunicación en Cuenca, los mensajes publicitarios reproducen roles e imágenes estereotipadas de mujeres y hombres que no incorporan las nuevas realidades que vivimos, y que atentan, incluso de forma agresiva, contra la dignidad y respeto que nos merecemos todas las personas.

Frente a esta realidad, es necesario motivar en las instancias de producción y difusión de mensajes publicitarios, ejercicios de recodificación de símbolos que no tomen lugares comunes en la producción publicitaria y que más bien presenten nuevos conceptos que aporten en la equidad y que sean ecuánimes, realistas, equiponderados, no agresivos y sobre todo, respetuosos de las diferencias y aportes de mujeres y hombres a la convivencia social.

La Cumbre de Beijing-1995, definió como uno de sus objetivos: “Fomentar una imagen equilibrada y no estereotipada de la mujer en los medios de difusión”. En concordancia con esto, la Constitución Política del Ecuador recoge en su Art. 81: “(…) Se prohíbe la publicidad que por cualquier medio o modo promueva la violencia, el racismo, el sexismo, la intolerancia religiosa o política y cuanto afecte a la dignidad del ser humano”.

Si la meta de los derechos de comunicación es en palabras de Myriam Horngren (Comunicadora WACC/CRIS.): asegurar la generación de un ciclo de interacción creativo y respetuoso entre las personas y grupos de la sociedad, que respalde equitativamente el derecho de todos y todas, para que sus ideas sean oídas, escuchadas y respondidas; es momento para comenzar una exploración conjunta de “comunión” en donde encontremos formas efectivas de superar la violencia contra las personas y en especial contra las mujeres a través de los medios de comunicación.